Monstruosamente herético arrojé mi mirada narcisa contra el espejo después de cortar mi cabello. Desnudo, recorrí el pasillo para encender un cigarrillo, hacia espirales de humo, curvas fatales, pero me faltaba una pluma...
Como si cada palabra tuviera su propio lenguaje me contenía a tener que utilizarlas todas, no podía reducirme a las infinitas posibilidades de elaborar un compendio de unas cuantas alegorías que en realidad sólo se sistematizan desde caudales psicológicos impulsados por una falsa racionalidad de "creerlos" partícula de un fenómeno. La humanidad se embutía tristemente dentro de un diccionario con marcas. Las desgarraduras de la conciencia deben rodar entorno a la forma finita y efímera de una letra singularizada, abriendo su espacio para luego cerrarla por completo llena de otro sentido. La literatura suspende el tiempo, la filosofía lo acelera.
El Otro fin del Mundo ha quedado inscrito dentro de sí en su propia secuencia, por fin podré continuar su redacción...
[... ya habíamos olvidado Chernobyl y la profunda impresión en el ojo, de la muerte, en un relámpago que lacera nuestra mirada, rayo que dibuja un fantasma en el ojo, que lo dispara infinitamente lejos del otro, cuando uno yace muerto, esperando solamente ser olvidado. Era el de un cuervo mi espíritu interior, mi ruego por la muerte parecía llevarse a los otros del mundo, cada uno, en su único fin del mundo. Abrumado, sin palabras, por los cadáveres y las voces de la memoria, emprendía la existencia incierta sobre la firme creencia de que algún día yo también habría de morir...]
Una quemadura radioactiva sería terrible.
Notas sobre la propia muerte: Voy caminando por un callejón, todo se vuelve oscuro e invisible, en la primera brecha de luz aparece una mano sujetando un revólver, intenta dispararme pero su cañón suena vacío, el se muestra desesperado y yo sorprendido. Se me arroja encima y me golpea con la culata de la pistola hasta reventarme la cabeza. No es hasta dos meses después cuando logran reconocer mi cuerpo.
Como si cada palabra tuviera su propio lenguaje me contenía a tener que utilizarlas todas, no podía reducirme a las infinitas posibilidades de elaborar un compendio de unas cuantas alegorías que en realidad sólo se sistematizan desde caudales psicológicos impulsados por una falsa racionalidad de "creerlos" partícula de un fenómeno. La humanidad se embutía tristemente dentro de un diccionario con marcas. Las desgarraduras de la conciencia deben rodar entorno a la forma finita y efímera de una letra singularizada, abriendo su espacio para luego cerrarla por completo llena de otro sentido. La literatura suspende el tiempo, la filosofía lo acelera.
El Otro fin del Mundo ha quedado inscrito dentro de sí en su propia secuencia, por fin podré continuar su redacción...
[... ya habíamos olvidado Chernobyl y la profunda impresión en el ojo, de la muerte, en un relámpago que lacera nuestra mirada, rayo que dibuja un fantasma en el ojo, que lo dispara infinitamente lejos del otro, cuando uno yace muerto, esperando solamente ser olvidado. Era el de un cuervo mi espíritu interior, mi ruego por la muerte parecía llevarse a los otros del mundo, cada uno, en su único fin del mundo. Abrumado, sin palabras, por los cadáveres y las voces de la memoria, emprendía la existencia incierta sobre la firme creencia de que algún día yo también habría de morir...]
Una quemadura radioactiva sería terrible.
Notas sobre la propia muerte: Voy caminando por un callejón, todo se vuelve oscuro e invisible, en la primera brecha de luz aparece una mano sujetando un revólver, intenta dispararme pero su cañón suena vacío, el se muestra desesperado y yo sorprendido. Se me arroja encima y me golpea con la culata de la pistola hasta reventarme la cabeza. No es hasta dos meses después cuando logran reconocer mi cuerpo.
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